PATRIMONIO ETNOBOTÁNICO

En la Antigüedad, todo el paisaje estaba cubierto por un bosque de encinas, que era el árbol que mejor se adaptaba a su clima y suelo. Durante centenares de año, los habitantes los talaron hasta casi su eliminación, de tal forma que, el suelo desprovisto de veneración ha sido erosionado por las aguas de lluvia quedando convertido en roca viva. También existieron muchos quejigos, árbol más resistente al frío que la encina. El arce también tuvo un lugar preponderante. Y también el tejo.
El cornetal de la Carluca es el mayor cornetal o cornicabral de Europa. Se trata de una formación de arbustos caducifolios que reserva sus mejores galas para el otoño: un maravilloso muestrario de colores ocres, verdes, rojizos… Todo un espectáculo cromático. Este conjunto de cornicabras en contadas ocasiones presenta formaciones dignas de consideración. Se trata de un valioso ecosistema.
Por curiosidad, citaremos al tejo, que es el llamado “árbol de la muerte”. Los íberos conocían el poder mortífero de sus bayas que ingerían en caso de ser apresados por sus enemigos. Su madera era muy apreciada por su flexibilidad, utilizándose para hacer arcos de caza y lanzas. También es considerado como el árbol de la vida, por su larga longevidad. Puede llegar a vivir entre 2.000 y 5.000 años. Era considerado un árbol sagrado y se utilizaba en rituales. Por ello, frecuentemente se plantaba en cementerios. Parece que ha dado origen a la expresión “tirar los tejos”. En las romerías, las mozas, al salir de la iglesia, tiraban a los hombres que les gustaban ramitas de tejo, para hacerles entender su interés por ellos. Su nombre en íbero es “Agina”. El íbero utilizaba la letra “M” antecesora como nosotros utilizamos la “S” final en el plural. Así nos ha llegado: Agina=Tejo; Mágina=Tejos; Sierra Mágina=Sierra de tejos.
